JUEVES Y RELATOS

                        EL TESTAMENTO.

El bufete estaba lleno a rebosar El aire era tan denso que se hubiera cortado con una pequeña daga. Los últimos rayos del sol londinense se filtraban tímidamente por  las cristaleras de estilo ingles del despacho de la notaría del abogado Sir Rowen, del muy Ilustre Colegio de Abogados de Londres. 
A la difunta Miss, Lowerian, le habían salido muchos herederos. A pesar de haber quedado soltera y sin hijos, y que sus hermanos Jhon, y Mathias habían fallecido bastantes años atrás. La pobre octogenaria, que días antes  murió a consecuencia de un estornudo  abortado, tenia una considerable fortuna y hacia mucha obras de caridad. De aquí que hubiera en aquel despacho, muchos de los desheredados de la tierra a los que ella ayudaba  regularmente. y a los que había prometido dejar alguna cosa en su testamento, igual que al servicio. Todos expectantes mientras el notario abría el sobre  con las últimas voluntades de la fenecida. Aquellos instantes previos a la lectura se les hicieron eternos. La parsimonia del letrado se hacía todavía más evidente cuando éste empezó a buscar sus gafas por toda la mesa llena de papales. Expectación  máxima.
Al fin se puso a leer una larga parrafada que los mantuvo en vilo otros diez minutos. Y cuando por fin les tocaba escuchar las palabras tan esperadas. El notario se dirigió a todos y les dijo en tono grave: señores y señoras pueden  irse a su, casa porque Miss. Lowerian ha nombrado un solo heredero universal: Su gato Spitz.