Lo eran desde que llevaban pañales. Vivían días difíciles. de guerra, y como ya eran más mayorcitas les permitían salir con más frecuencia aunque los bombardeos de los aviones enemigos, eran bastante frecuentes, además no había escuela. Don Casimiro, el sr. maestro, se había marchado del pueblo y según decían los vecinos, ya no lo verían en mucho tiempo.
— Que raros son los mayores, -se decían la una a la otra- Total por el ruido de esos aviones! Quejicas!!!
Se hacia de noche y salieron del Zulo donde habian pasado toda tarde jugando a las canicas y a los cromos. Al sacar la cabecita miraron al cielo por si se oían mas sirenas. pero nó, la noche seria tranquila. y aún les daría tiempo de saltar a la comba en medio de la calle polvorienta y llena de cascotes. Este detalle no les importaba en absoluto. Ellas también iban sucias, casi descalzas, y con los cabello enredados y aceitosos. las caritas tiznadas. Era lo mas normal.
Tenian hambre pero por más que buscaron el algún cajón. o estante, nada encontraron. Pensaron que sus padres habrían ido a buscar comida que cada día escaseaba más según sus palabras.. Aquella noche tampoco cenarían. Se despidieron hasta el día siguiente.
Por la mañana se volvieron a buscar, y vieron con estupor que sus padres no habian llegado todavia, pero unos golpes fuertes en los bajos de la finca, las hicieron bajar las escaleras de dos en dos sin pensar nada más
Los guardias de las botas brillantes, como les llamaban ellas, con autoridad las cogieron de un zarpazo, haciéndolas subir a una furgoneta, en la que se encontraban sus padres. Se abrazaron fuertemente y se besaaron mil veces El auto arrancó y entre lloros y suspiros esperaron con resignaación el destino que les habían dicho. Temiendo lo peor, el coche les dejo en una estación con mucha gente que esperaba el convoy. Desde lejos se leia: Directo a Auschwitz.
