Cada dia, al pasar por delante de la casa, no podía evitar mirarla, y su contemplación me producia tal curiosidad que hasta llegar a mi domicilio tres calles mas abajo, no dejaba de pensar en en ella.
No la habia visto nunca habitada ni que nadie entrase en ella. Tampoco había vecinos a los que preguntar. Eramos nuevos en el lugar por el trastado desde la capital, por motivos de salud. Era una casona de pueblo, de piedra con una puerta regia y señorial que contrastaba con las de los agricultores sencillos, que vivian por allí. Era mas grande y estaba hecha en madera noble, muy bien trabajada con relieves, hehchos por la mano de algún profesional destacado. Aquella`puerta me dejaba absorta. Era tan bella y sus perfiles tan perfectos que, aunque vieja mantenía sus cenefas, escudos, e inciales enlazadas, en muy buén estado.Y que decir del picaporte. No haba visto otro igual en ningúna ciudad de las que yo conocia. Las yerbas que crecian en el mismo dintel, no lograban disimular su calidad y encanto.
Un noche de tormenta al pasar por allí, que era el camino que me llevaba a casa, me pareció ver luz en su interior. Serán los relámpagos- Pensé.
Al dia siguiente vi desde lejos la puerta abierta, de la casa y me eché a correr hacia allá. Mi corazón latia a mil revolciones.
Pero mi desencanto fué mayúsculo al comprobar que detrás de la puerta no había absolutamente nada. Los tabiques y escaleras interiores no existían. Solo el tejado había resistido el embate del tiempo, gracias a la solidez de las paredes. Ni fantasmas, ni mapas del tesoro, ni la sombra de una asesinato, ni tan solo la huella de algun pajarraco nocturno.
